- Espacio Amapola
Cuando un ratón te paraliza
Cecilia Gallegos.
Les pido permiso para contarles, a través de una desagradable experiencia doméstica, cómo reacciona el cuerpo frente a una situación evaluada por nuestro sistema nervioso como amenazante.

En estos días de cuarentena, la habitación se vuelve multiuso, he pasado largas horas en ella, trabajando y descansando.
Estaba yo pensando en la inmortalidad de este virus, cuando empecé a sentir unos correteos en el entretecho de mi pieza.
Lo que faltaba, pensé, visitantes no deseados. Nada menos que ratones.
Llamé a un desratizador conocido, que por suerte vino raudamente. Aun así, pasaban los días y bastaba que oscureciera para sentir tan acogedora compañía. A esas alturas el ruido se me hizo conocido, y lograba conciliar el sueño.
Pero entonces pasó.
El ruido, había hecho que yo estuviera en un sueño liviano, sentí caer el ratón en mi nuca y abrí los ojos, sin reaccionar, como no entendiendo bien, el ratón volvió a rebotar en mi nuca. Yo pensé tengo un ratón en mi cama, necesito moverme. Pero mi cuerpo no respondía, yo miraba mis manos y estaban paralizadas, quería sacar la voz para gritar y que me vinieran a ayudar, pero no salía sonido, sentía que mi corazón apenas latía.
Como vengo estudiando la teoría polivagal hace un tiempo, podía observar lo que me estaba pasando, consciente. Supe que mi sistema nervioso autónomo, me desconectó, para entrar en el modo de protección extremo, que es la parálisis, que lo que hace, es concentrar todo el flujo sanguíneo hacia el centro, de manera de ahorrar al máximo la energía disponible, para activar todas las alarmas de sobrevivencia frente a un posible ataque.
El sistema nervioso autónomo, que es nuestro sistema de vigilancia para mantenernos a salvo, jerarquiza las situaciones activando y desactivando funcionalmente nuestro cuerpo para responder y mantenernos seguros, así frente a una situación de peligro, la primera reacción es de lucha o huida, pero si la amenaza a juicio de nuestro sistema es más fuerte, puede desconectarnos y dejarnos en una situación de parálisis, para que solo una vez que la situación de peligro haya pasado, se restaure el modo movilización.
Pasaron unos minutos, que yo consideré eternos, dándome cuenta que el ratón ya no estaba encima de mi cama, y pude moverme. Me senté, miré alrededor, sin percibir nada sospechoso, y salí de ese lugar, pude moverme.
Entender esta jerarquización, me permitió no entrar en pánico, y poder mantenerme en la situación con cierta tranquilidad. También me ha permitido no juzgarme por “no haber hecho nada”, simplemente no estaba en mis posibilidades. Y finalmente, y creo que lo más importante, este hecho que puede ser muy doméstico, me permitió experimentar “en carne propia” por qué tantas personas en situaciones límites, en experiencias por supuesto incomparables e inenarrables, no pueden defenderse.
Entender esto es esencial para todo proceso terapéutico, pues ocurre de una manera automática, es decir, no es una elección consciente, es el sistema nervioso autónomo que toma el control y genera una reacción en consecuencia.
Cuánto de lo que hacemos es en realidad una reacción y no una elección consciente.